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Corresponsabilidad

La experiencia de Marcela González, madre y estudiante de Derecho: "Mis compañeras han sido muy sororas conmigo"

Marcela González: "Mis compañeras han sido muy sororas conmigo"
Marcela González es estudiante de Derecho y madre de dos niñas.

Aunque siempre quiso estudiar Derecho, cuando Marcela González (38 años) salió del colegio no pudo ingresar a la universidad. Su padre había muerto hacía muy poco, y su madre es educadora de párvulos y tenía un sueldo muy bajo. La situación económica, cuenta, impidió que cumpliera su sueño. “Decidí estudiar algo más corto y estudié secretariado bilingüe. Me titulé y empecé a trabajar. Después fui mamá y pensé que el sueño de estudiar Derecho ya no era posible. Y, bueno, me dediqué a trabajar”.

En el 2015, junto a su marido, decidió tener otra hija. “Estuvo en sala cuna, pero se enfermaba mucho. Así que me retiré de mi trabajo y me quedé con ella en la casa. Pero, al año, motivada por mi marido, decidí entrar a la universidad. Así que matriculé en un preuniversitario. Al principio, me daba risa porque mis compañeros seguramente pensaban que yo era la profesora”, dice.

Le fue bien en la PSU, y en 2019 se matriculó en Derecho en la ۶Ƶ. “Cuando quedé, tuve que implementar un sistema de coordinación. Yo vivo en Buin, así que traté de tomar horarios en los que no tuviera que estar a las 8:30 en la Universidad, porque tenía que ir a dejar al colegio a mis hijas. Una a San Bernardo, y la otra al jardín". 

Habla en pasado, porque producto de la pandemia todas sus rutinas tuvieron que acomodarse a las clases online. Al inicio, comenta, fue muy difícil estar en la casa, porque tradicionalmente el cuidado de hijos y de labores domésticas recae en las mujeres. “Un día entré en colapso, y empecé a dividir funciones de la casa entre mi marido, mi hija mayor y yo. Así dejó de ser tan caótico", relata.

"Un lado positivo de la pandemia es que mi marido se ha dado cuenta de toda la carga que conlleva mantener una casa. El trabajo de la mujer es como de hormigas, nadie lo ve, es invisible, se cree que las cosas se hacen solas. Y ahora si yo me quedo estudiando y él va a acostarse y ve que la cama no está hecha, se da cuenta de que la cama no se hace sola. Además, al estar en casa, las niñas le exigen más atención”, cuenta.

Red de Apoyo

Cuando Marcela fue por primera vez a tomar ramos, la secretaria del decano le contó que en la universidad había una red de apoyo para los papás y mamás. “Me dijo que había que hacerle llegar un correo a la asistente social y me explicó algunas de las garantías que tiene la Universidad”. Luego, supo que en la Escuela de Derecho había un grupo que se llamaba los MAPADRES. “Y esos mismos compañeros me orientaron respecto a cómo postular a las becas y sobre las garantías que teníamos como madres y padres. Yo obtuve una beca de la Facultad el primer y el segundo año, una beca que está pensada para el cuidado de niños", relata.

Claro que no siempre fue fácil hacer valer las garantías. “Yo tenía un profesor que daba clases a las 09:50 y, si llegabas a las 9.52, cerraba la puerta. Y le expliqué sobre la garantías y me dijo que me dejaría llegar sólo 10 minutos tarde. Afortunadamente, siempre llegué a la hora. Pero, si no hubiese sido así, uno puede ir a Dirección de Escuela y decir que un profesor no está respetando las garantías que tenemos como madres".

Otro beneficio que ha usado Marcela es la llamada “prioridad cero”. "Nosotres, como mamás o papás, tenemos prioridad cero para tomar ramos. Esto es que nos dan privilegio para asignar las primeras preferencias en las cátedras suponiendo que es para compatibilizar nuestros horarios con la crianza. Eso es hasta que tienes hijos de hasta 5 años, pero se logró que, en tiempos de pandemia, sea para quienes tengan niñes de hasta 12 años. Esto no asegura quedar en la primera opción, pero da cierta ventaja sobre los demás, al igual que ocurre con personas con alguna discapacidad o deportistas destacados”, explica.

Las tareas de cuidados

Marcela cree que socialmente las tareas de cuidado y crianza solo recaen en mujeres. “Recién ahora se ve en el metro hombres con porta guaguas. Antes se escudaban en decir ‘ustedes saben de esto, ustedes juegan siempre con muñecas’. Mi postura frente a eso fue siempre decir ‘yo no fui a Harvard a que me enseñaran, tuve que aprender en base a ensayo y error’. (...) Si uno no cambia esa mentalidad, no vamos a avanzar”.

Marcela dice que hace 5 años, si alguien le hubiese preguntado si volvería a estudiar, ella habría respondido que no. “Yo pensé que ya había elegido mi camino, incluso hasta cuando me matriculé tampoco lo vi como posibilidad, porque no sabía cómo me iba a ir. Ahora sé que no se me había secado el cerebro como todos dicen. Y le digo a mi marido ‘parece que el cerebro no se duerme como uno cree y, si se duerme, lo puedes despertar’. No es una carrera fácil, pero he pasado todos los ramos y ya estoy en tercero”.

Sus compañeras han sido muy cómplices en este proceso, dice: “Son muy sororas. Todas tienen 19 o 20 años. Yo les digo ‘si vamos a hacer un trabajo, me puedo juntar a las nueve de la noche’, y son súper comprensivas. Ese es otro prejuicio que uno tiene sobre la universidad. Yo pensaba que iba a estar sola, que iba ser como la ‘abuelita mechona’, y no ha sido así. Las cabras jóvenes tienen la sororidad tatuada a fuego”. Y complementa: “A la gente de nuestra generación, en cambio, se nos decía que las mujeres eran las que nos quitaban al marido, las que te miraban feo, las cahuineras. Y las cabras no piensan así, entonces te empiezan a dar vueltas cosas que traías preestablecidas; se empiezan a derrumbar estructuras mentales”.

Marcela, recalca, está muy feliz con lo que ha logrado: “Pero si yo no pudiera seguir estudiando, esto igual ha sido enriquecedor para mí y para las niñitas, porque mi hija mayor me dice ‘yo te veo estudiando y, si tú puedes, yo también puedo’”.

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