La fecha que conmemoramos hoy, 25 de noviembre, no es simbólica ni decorativa: es un acto político de resistencia.
El Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres nos convoca a mirar de frente una realidad que atraviesa cuerpos, territorios e historias de manera desigual. Porque la violencia no afecta a todas las mujeres de la misma forma. La violencia se intensifica cuando se cruza con la pobreza, la racialización, el origen indígena, la migración, la discapacidad, la neurodivergencia, las disidencias sexuales y de género, la edad. Por eso, nuestra mirada debe ser feminista, interseccional e intercultural, o de otro modo no sirve.
Hoy nos encontramos para reafirmar un compromiso: la prevención no puede ser reactiva ni burocrática; debe ser cotidiana, comunitaria y transformadora. Implica revisar nuestras prácticas, nuestros discursos y las estructuras que sostienen desigualdades; implica escuchar a quienes históricamente han sido silenciadas y reconocer saberes que vienen desde los movimientos de mujeres, desde las ۶Ƶes indígenas y afrodescendientes, desde los feminismos territoriales que han resistido muchísimo antes de que el Estado decidiera mirarlos.
Esta jornada es un espacio para recordar, pero también para insistir. Resistir no es aguantar: resistir es organizarnos, cuidarnos, acompañarnos y trabajar por cambios reales, además de exigirlos. Prevenir no es solo reaccionar frente a una denuncia; es construir condiciones para que ninguna mujer tenga que sobrevivir a la violencia nunca más.
Realizamos esta conmemoración con la convicción de que la transformación se hace en colectivo, que la dignidad es un derecho y que la vida de las mujeres, todas las mujeres, merece plenitud, respeto y libertad real.