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Presentación del libro “Memorias de Infancias del exilio chileno en México”

Inicio estas palabras expresando mi agradecimiento a la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y, en especial, a la Sra. Embajadora de México en Chile, Dra. Laura Beatriz Moreno, por la invitación a presentar el libro “Memorias de Infancias del exilio chileno en México”. A través de esta obra coral, generosa y valientemente, 32 hombres y mujeres realizan un ejercicio de memoria para compartir sus experiencias del asilo y de exilio durante su niñez.

Así, de la mano de los niños y niñas que fueron, nos adentramos en su mundo cincuenta años después, para renovar el compromiso con la no repetición y, al mismo tiempo, abrir los ojos a la realidad de tantos niños y niñas que hoy son desplazados por las guerras y la pobreza. También para mirarnos a nosotros mismos como sociedad, una sociedad que conoce de violencias, a través de sus experiencias.

Los testimonios reunidos en el libro son íntimos y transmiten la fuerza que se requiere para volver al pasado, recordar e intentar explicar y comunicar lo que entonces resultó incomprensible. Conversan por medio de sus textos en forma imaginaria con sus padres y madres, que en muchos casos ya no están; vuelven a subirse a los autos conducidos por abuelos o amigos de la familia, sin saber hacia dónde los llevan; pasan frente a la Embajada de México, desde donde sus padres los observan en secreto; reviven la emoción de volar en avión mientras a su alrededor solo perciben tristeza; y, una vez más, se inundan de los colores y los aromas de la tierra que los acogió, al tiempo que evocan con ternura a sus amigos y maestros.

Como varios de ellos señalan, las razones del exilio y sus dolores no se abordaron frecuentemente en la intimidad familiar, sino más bien fueron conversaciones postergadas que, con el paso del tiempo, en algunos casos nunca llegaron a producirse, dejando a cada cual la tarea de elaborar sus propios relatos.

Los testimonios están todos fundados en un sentimiento común: el agradecimiento a México que dio acogida a sus familias, siempre incompletas, ofreciéndoles una familia grande cuando la patria propia se las negaba. Especialmente se repite la gratitud hacia los niños mexicanos de entonces, algunos de los cuales también contribuyen con su memoria a este libro. Es así como el amor a México logra imponerse al dolor de la pérdida, y a medida que avanzamos en sus páginas, va haciéndose evidente nuestra responsabilidad presente: comportarnos “a la mexicana”, abrirnos responsable y generosamente a ser lugar de acogida, y ofrecer la posibilidad de una vida nueva y plena a quienes, por distintas razones, hoy sufren el destierro.

Los niños y niñas que escriben llegaron a México entre los 6 y 10 años de edad, varios de ellos y ellas tras haber pasado por estadías en las oficinas de la Embajada o en la residencia del Embajador de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, a quien tanto debemos. Son relatos distintos, cada uno con sus circunstancias, pero a la vez universales, y hoy nos llaman a no ignorar a tantos niños y niñas que tenemos la ineludible obligación de ver y acoger. La experiencia relatada también nos convoca a repudiar las fuerzas que les causaron daño y, sobre todo, a aprender de este México de brazos abiertos.

Los protagonistas solo aparecen con sus identidades de los niños y niñas que fueron, no se informa qué ha pasado con sus vidas familiares o cuál es su ocupación hoy. Esto lo entiendo como un hermoso homenaje a la infancia común, es el niño en cada adulto quien nos habla.

La edición es hermosa. Textos breves, ilustrados con la sensibilidad de Emilio Payán y Cuauhtémoc Wetzka, quienes –con delicadeza– recrean ese mundo bueno que recibió solidariamente a los niños exiliados. Pequeños y bellos grabados de juguetes, animales, plantas, comidas, astros, elementos ceremoniales se asoman de manera espontánea en las páginas, como diciendo “aquí México”, junto a las fotos de los niños, niñas y en algunos casos de sus familias. También se incluyen coloridos dibujos de casas y edificios aglomerados, que refuerzan ese espíritu de gratitud por una acogida amable y humanizada.

María Paz Duarte Rodríguez, quien se desempeñó como compiladora, dedica el libro en su preámbulo a su hermano Carlos y a Paula Drekmann, quienes tempranamente se encontraron con la muerte en los primeros tiempos del exilio. También a sus padres y madres, “y a los abuelos que dejaron este mundo con la truncada esperanza de volver a abrazar a sus hijos y a sus nietos, a todos aquellos que perdimos, que nos perdieron. A quienes nos recibieron y abrazaron y nos dieron la oportunidad de vivir intentando sanar nuestras heridas desde la risa y la complicidad infantil. Al exilio español, a sus instituciones y sus descendientes. A nuestro amado México”.

En cada historia se entrelazan las vivencias del Golpe, el tránsito por el asilo, la inserción en el nuevo mundo, la nostalgia por lo que se ha dejado atrás y las preguntas —o reflexiones— sobre la propia identidad.

El Golpe quiebra la vida tal como era, y la mayoría de los niños no alcanza a comprender por qué, de pronto, todo se vuelve distinto y la vida familiar cambia sus rutinas. Respecto a los primeros días, Claudia se recuerda sentada, junto a su hermano, en el asiento trasero de una citroneta, sobre libros cubiertos por una frazada.

“Tengo miedo, escucho aviones pasar, vuelan muy rápido y hacen un ruido violento que no conocía ¿Dónde está mi mamá? ¿Qué está pasando?”, dice Solveig. A Ramiro lo despierta su hermana con una radio a pila en la mano y le dice: “Golpe de Estado, sacaron a Allende”.

En medio de esa incertidumbre, 32 personas vivieron en algún momento en casa de Andrea. En sus propias palabras: “Llegaron directo de los campos de concentración, fracturados, quemados, dolidos, rotos y jodidos. Aprendí a curar quemaduras de cigarro, a recibir a los médicos que solidariamente los asistían”. Ella tenía 10 años.

Los juguetes se quedan atrás, como se quedan los amigos, se abordan los aviones. Cuando ya están arriba, a la madre de Franco la bajan a lo que resulta ser un interrogatorio. “Nos mantuvimos en silencio –recuerda– y casi sin mirarnos con mi hermano comenzamos a dibujar y dibujar”. Las vivencias de migraciones y aeropuertos se infiltran después a los juegos de los niños.

“Acercarse a esa ciudad enorme era como flotar en un campo de luciérnagas amarillo doradas que custodiaban sueños y trayectos inmensos que apenas cabían en mis ojos de niña de 6 años”, dice María Paz. Y así, desconcertados, dibujando como refugio, llegan a la tierra de los colores, a veces a esperar a sus padres, otras a encontrarlos. “Lo que más nos llamaba la atención eran los vivos colores en la ropa de la gente, en las paredes, en las flores. También los olores y los sabores”, dice Rocío.

El país que los esperaba había aprendido a dar asilo y a acoger. Estaba habitado por personas que antes lo habían recibido y que estaban preparadas para devolver, como fue el caso de quienes llegaron a raíz del exilio español, testimonio vivo de que nos humanizamos a través del vínculo. Conocían el poder de una ayuda oportuna y bien pensada, y la esperanza que puede despertar un regalo inesperado, como un árbol de Pascua o una casita de jengibre.

Un lugar importante lo ocupan los colegios que los recibieron con cariño y apoyo efectivo. Varios testimonios recuerdan especialmente al Colegio Madrid, fundado para los hijos del exilio español, símbolo de la solidaridad y la generosidad de sus profesores y de toda su ۶Ƶ. También aparecen los barrios que los reunieron, en particular la emblemática Villa Olímpica, que abrió sus puertas por igual a chilenos, argentinos y bolivianos. Emocionan imágenes inolvidables como el encuentro inesperado con el amigo chileno en el colegio nuevo.

La adaptación e integración de los niños fue más rápida que la de los adultos. Ellos, dice Verónica, “acarreaban consigo el fracaso. Venían de haber triunfado para ahora ser perseguidos”. La admiración por las madres, que en varios casos salieron adelante solas, está siempre transversalmente presente, aunque todavía duelen las ausencias, ellos y ellas “estaban haciendo la revolución”, dice Emilio.

Se retornase o no a Chile, México es amor para toda la vida: “En México, si se quiere comer, se come. En México, si se quiere beber, se bebe. En México, si se quiere cantar, se canta. En México, si se quiere reír, se ríe. En México, si se quiere llorar, se llora. Si México te ama es un amor para toda la vida”, dice León. “Este país mexicano me acogió de manera casi como un rapto (…) lo hizo de una manera absoluta; cambiando mis recuerdos, mi forma de hablar. Mis costumbres, la forma de comer y en muchos sentidos, hasta mis raíces”, escribe Sebastián. Por eso quienes se fueron también se quedaron.

Pero –como decíamos– junto con provocar admiración por esos niños valientes y por los adultos generosos que los acogieron, este libro nos interpela y nos compromete. Hoy, según recuerda Georgina Maza –de ACNUR México–, de los 222 millones de personas desarraigadas por la fuerza en el mundo, un 40% son niños y niñas. Y las probabilidades de que esta cifra siga aumentando son grandes. El cambio climático provocará en el futuro nuevos y masivos desplazamientos, mientras que la fragilización de la democracia anuncia consecuencias graves para los Derechos Humanos y para el propio Derecho Internacional.

No se trata de conjeturas: lo estamos viendo. Miles de mujeres, niños y niñas padecen hambre y mueren de inanición en Gaza, mientras el poder imagina levantar resorts sobre una tierra destruida y arrebatada por la violencia.

Las migraciones se han incrementado notablemente en América Latina en los últimos años. Es el caso de Chile, convertido en país receptor, donde con frecuencia la población local reacciona con temor, se refugia en prejuicios y olvida que la acogida no es un acto individual ni voluntario, sino una responsabilidad compartida que refleja la humanidad y la cohesión social de un país.

Quizás, si escucháramos más a las y los niños, muchos abrirían sus puertas con mayor convicción y esperanza.

¿Y de qué manera nos interpela el libro como Universidad?

No deja dudas sobre la importancia de investigar, reflexionar, de influir en la política pública en estas materias de quiebres democráticos, desplazamientos, migración e infancias.

Este libro se inscribe en el llamado a alinearnos con los otros y otras en el cuidado recíproco. Igualmente, a estar conscientes que la nuestra es una sociedad desigual, por lo que en nuestras ۶Ƶes universitarias hay trayectorias vitales muy distintas, las cuales deben preocuparnos para efectivamente favorecer el desarrollo de todos y todas.

En la ۶Ƶ, al cumplirse los 50 años del Golpe de Estado, nos convocamos a profundizar la educación para los Derechos Humanos y la democracia, y a fomentar una convivencia basada en el pleno respeto a estos derechos, que contribuya a empoderar a nuestros graduados y graduadas, de modo que se conviertan en agentes promotores de una cultura de los Derechos Humanos a lo largo de su vida. Estamos participando también, como institución, en el Plan Nacional de Búsqueda, que ha sido impulsado por nuestro gobierno y que –después de cinco décadas– compromete al Estado con la búsqueda de quienes fueron víctimas de desaparición forzada. Lo entendemos como un pacto con la verdad y la reparación, en contraposición al pacto de silencio que ha entorpecido la justicia. Nuestro encuentro en Filuni tiene como uno de sus ejes principales los Derechos Humanos, y con seguridad se constituirá en pilar de la colaboración de nuestras universidades.

Finalizo estas palabras citando la voz sabia de Solveig, quien nos dice: “Trato de sanar a la niña herida y despojada de su entorno, de sus costumbres, de sus juguetes y amores. La vida sigue su curso, el amor por México y el agradecimiento crecen y mi amor por mi país destruido nunca ha disminuido. No somos de ningún lado (…) tal vez somos de todos lados”.

Muchas gracias.

Rosa Devés Alessandri
Rectora de la ۶Ƶ

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