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Palabras para Gonzalo Díaz

Ayer asistí al concierto del Mesías de Händel en nuestra Gran Sala Sinfónica Nacional. Sentía que iba acompañada de Gonzalo Díaz, quien, inspirado en la obra, querría luego conversar sobre la necesidad de consuelo frente al dolor, la pérdida y la incertidumbre; sobre la esperanza de justicia y de renovación, y de que la violencia y la opresión no tienen la última palabra.

Pensé que hablaríamos también sobre la dignidad de lo frágil, lo pequeño, lo cansado; sobre la ética del cuidado y de la compasión, sobre la confianza en el porvenir entendida como fuerza colectiva y sobre la afirmación de la vida, celebrada como el triunfo de la luz sobre la oscuridad, como permanencia del sentido más allá de la pérdida individual.

¿Cómo habrá sabido que este oratorio lo estaría aguardando para recibirlo al día siguiente de su muerte? ¿Cómo supo que, para irse, debía esperar el reconocimiento de la Medalla Rector Juvenal Hernández Jaque, concedida por la Universidad el mismo día de su partida, apenas unas horas antes, para distinguir su fidelidad a la institución y su profunda identificación con el espíritu humanista y el ideario ético que encarnó el Rector que tanto hizo por las artes?

¿Lo habrá percibido con su alma y oficio de artista, o con esa pasión por la norma que le permitía anticipar el futuro en un reglamento bien pensado o en un indicador capaz de señalar un camino? Lo espiritual y lo terrenal reunidos en una amalgama que le hizo único.

Tal vez fue la forma de dejarnos recados, al estilo de Gabriela Mistral, con quien habitó en un mismo territorio ético y creativo, el de quienes entienden la creación como una forma de responsabilidad con los otros.

¿O habrá intuido que estaríamos necesitados de consuelo frente a su ausencia, adelantándose a recordar que siempre hay esperanza y que si la ۶Ƶ supo defenderse antes sabrá hacerlo ahora si resulta necesario?

Y como fue que, con el Mesías, como partitura de vida, se adelantó también a decirnos que teníamos una maestra sobre la ética del cuidado y la compasión en la querida Nury, quien sabría también enseñarnos sobre la permanencia del sentido y sobre la libertad en el amor.

Cada uno buscará y encontrará su propio recado en su vida y en su  obra, aunque sin olvidar nunca que la fuerza y la trascendencia están en el colectivo.

Cuenta Stefan Zweig que, en el último ensayo del Mesías, tan pronto empezó el coro, los pocos oyentes que asistían y escuchaban dispersos comenzaron a agruparse, como si cada uno, por sí solo, careciera de la fuerza suficiente para resistir el ímpetu de la música, la que de esta forma podría pasar de unos a otros como a través de un solo cuerpo.

Percibo que así estamos hoy, juntos y juntas, para dejar que el espíritu de Gonzalo pase de unos a otros como si fuésemos un solo cuerpo.

Ese legado de unidad nos deja y con ese legado nos comprometemos.

Muchas gracias.

Rosa Devés Alessandri
Rectora de la ۶Ƶ

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